Sabía que los grandes de la historia habían sido Leos, realizo la ecuación, tenía que restar 9, el acto de amor seria la última semana de Noviembre. La temporada vacacional alta empieza en esta fecha, entonces una invitación al mar vendría de maravilla, debía suceder exactamente el último día del viaje para evitar que el organismo consumiera bebidas después de que empezara la fecundación, de hecho se trataría de un descanso lo mas sano posible, ningún tipo de alterantes al metabolismo celular, el acto seria al amanecer, mirando el horizonte , con el mar como testigo, una isla sola con nombre indígena había sido la escogida, porque el nuevo bebito debía amar esta tierra por encima de todas las cosas. La noche anterior se acordó en el muelle que el lanchero recogería los dos turistas a la una en punto, los Leos son puntuales, no gustan de los medios, el recorrido a la isla tardaba dos horas, el tiempo restante seria utilizado en adecuar el lugar, que debería estar listo antes del amanecer como ya se había mencionado, y en un pequeño reconocimiento del terreno, siempre debemos saber exactamente donde estamos parados; llego la hora cero, partieron en silencio, mirándose a los ojos derrocharon amor, gritaron con pasión, con euforia, rodaron lagrimas de felicidad que se confundieron con la sal del mar, después solo hubo silencio. El conductor cumplió su misión, acordó regresar por ellos mas tarde y se marcho, ella piso la arena, miro la isla, encanto el mágico lugar de amor, se desnudo lentamente y vio sorprendida como un ángel la arrebataba de los brazos de su hombre, murió en sus brazos, él en los del mar; antes escribió esta nota que hoy reparte un viejo pescador al que todos llaman loco. Yo os la cuento porque no se quienes son mis padres, y odio el mar cuando esta solo porque no se si en sus profundidades fecunda un ovulo o ya lo fecundo.
sábado, 18 de octubre de 2008
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